Casi siempre nos dedicamos a cumplir el propósito de nuestras actividades enfocándonos en los demás sin saber que a veces esas actividades nos servirán a nosotros mismos.
Recuerdo con mucho cariño aquel día cuando pude fortalecer mi testimonio del Evangelio restaurado y ésta obra misional que se realiza por todo el mundo. Durante mi servicio como misionero, muchas noches al llegar a casa después de un día de labor proselitista, nuestras planificaciones se centraban en qué haríamos al día siguiente, a quién visitaríamos y qué enseñaríamos a la familia X? Era un proceso que se repitió cada noche durante un transcurso de 2 años.
Esta fue una experiencia junto a mi compañero al planear. Fue la noche que pareció que al día siguiente todo sería perfecto… Llegamos a nuestra habitación, nos arrodillamos pidiendo la guía e inspiración del Señor, nos levantamos y miramos nuestras agendas y ¡sorpresa! pasaba algo que contadas veces suele suceder… ¡Estaba llena! Teníamos citas para visitar a personas durante cada hora del día, cada uno de los hechos que pasarían al día siguiente parecían perfectos para tener un buen día y llegar satisfechos a casa. Entonces para cada cita hicimos un plan de respaldo, alguien que viviera cerca y que pudiese escucharnos si fallaba nuestra cita, también planeamos qué íbamos a enseñar a cada uno de ellos durante nuestra visitas y después finalizamos con una oración…
Y llegó el día, realizamos cada una de nuestras labores por la mañana sin novedad alguna, después del almuerzo comenzaría todo lo que el día anterior habíamos planeado y esperado con tanto anhelo. Para nuestra mala suerte la primera cita falló, nuestro plan B falló también y, para asombro nuestro, la siguiente cita y su plan B también; junto a mi compañero nos quedamos reflexionando sobre esto. Pensamos… ¿Qué paso? ¿Qué hicimos mal? ¡Ayer todo parecía color de rosa! ¡Pedimos la guía y ayuda de Dios! ¿Qué paso? Nos quedamos por un instante sin un lugar fijo a donde ir.
Entonces hubo una puerta que vimos en aquel momento, por la cual decidimos entrar, era una residencia privada con muchos departamentos, no teníamos nada que hacer, así que tocaríamos esas puertas con la esperanza en que nos recibieran alegremente. No estábamos teniendo mucho éxito, pero al llegar a una puerta y tocar, nuestro corazón pareció alegrarse al escuchar a una persona abrirnos. Pero para sorpresa de nuevo no nos recibió muy bien, todavía recuerdo con un tono muy molesto sus palabras: ¿Qué es lo que quieren? ¿Por qué tocan mi puerta? Soy cristiana, soy buena, asisto a mi iglesia, ayudo a los demás, hago cada una de las cosas que son necesarias, ¿por qué tocan mi puerta? ¿Por qué mejor no van con los delincuentes, las personas que están mal?
En ese momento tan solo por un segundo nos quedamos sin reacción alguna, pero luego mis primeras palabras para aquella señora esa tarde fue: “Hermana, sentimos mucho molestarle, esa nunca fue nuestra intención, sabemos que usted es buena y que hace cada una de esas cosas, pero tocamos su puerta porque nosotros creemos en una religión e Iglesia restaurada y revelada. Creemos que la Iglesia de Jesucristo ha sido restaurada, que Jesucristo en la antigüedad organizó una iglesia, con un profeta y 12 apóstoles (Efesios 2:20) a los cuales dio la autoridad (Marcos 3 :13-15). Venimos a testificarle que esa iglesia desapareció (Gálatas 1:6-7) pero también a testificarle que nuevamente está aquí sobre la tierra y que La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, a la cual nosotros pertenecemos es la Iglesia verdadera, la misma Iglesia que Cristo organizó; nuestra intención nunca fue molestarle sino traerle esta verdad que consideramos sagrada a sus manos”. Mantengo claramente en mi mente su expresión y silencio al oírnos dar nuestro testimonio y oírnos decir con tanta seguridad aquellas palabras que seguramente llegaron a su corazón.
Recuerdo muy bien aquella experiencia porque pudimos recordar por qué estábamos ahí, por qué hoy por todo el mundo se predica el evangelio (Mateo 28:19-20) para ayudar a “aquellos que no llegan a la verdad solo porque no saben dónde hallarla” (DYC 123:12). Entonces pudo ser contestada nuestra pregunta a ¿Qué pasó? ¿Qué hicimos mal? No hicimos nada mal, sino que el señor tenía preparado para nosotros aquella tarde el comprender qué era un testimonio, y fortalecerlo.
Ahora se el porqué de aquella escritura que dice “todas estas cosas te servirán de experiencia y serán para tu bien” (DYC 117:7). Hoy puedo decir soy miembro de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. ¡La Iglesia verdadera! Agradezco a mi Padre Celestial por esas pequeñas horas de dificultad que se convirtieron en la fuente de un testimonio. Y lo que parecía un día perfecto, lo fue.
Este artículo fue escrito por
Lehi Vega
Soy Lehi Vega, tengo 24 años y vivo en México. Soy miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días desde mi infancia y serví una misión en Perú. Actualmente soy segundo consejero de la organización de Hombres Jóvenes del Barrio Tecnológico, de la Estaca Celaya. Me encanta la música y cantar, así como correr y el fútbol.
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