A través de los siglos, mucho es lo que se ha comentado con respecto a Jesús de Nazaret, su nombre ha sido inscrito en los más fenomenales y eminentes extractos poéticos, su nombre ha sido aclamado por centenares entre renombradas civilizaciones y sus enseñanzas han procedido y permanecido a lo largo de los años basadas en una inteligencia sideral. Pero, ¿Qué es lo que ha hecho de su figura algo tan influyente en la humanidad pasados incluso dos milenios desde su nacimiento?
El profeta Alma en el Libro de Mormón hace referencia al hecho más trascendental en la historia del mundo cuando dijo:
“…El hijo de Dios padece según la carne, a fin de tomar sobre si los pecados de su pueblo, para borrar sus transgresiones según el poder de su redención” (Alma 7:3)
Sus enseñanzas fueron asombrosas, su compasión, abnegación y sentido de servicio distintivas, sin embargo no son estas las de mayor secuela para nosotros.
Creemos que nuestra obediencia y aceptación a sus leyes así como a sus ordenanzas. en términos muy reales actúan como lenitivo para el alma, podemos ser bañados en Cristo y alcanzar un estado pleno de pureza.
Sin embargo, el padecimiento de Cristo al cual hace referencia el profeta Alma, funciona como una calle en dos sentidos. Hablamos de su sufrimiento en Getsemaní y consumado en la cruz del Gólgota, así como de la participación de nuestro amoroso Padre Celestial, el cual entrego el poder necesario al Hijo para abrir las puertas de una resurrección gloriosa y universal al género humano.
Una de las más grandes lecciones y uno de los más grandes simbolismos se esconden en una de las laderas del huerto y monte de Getsemaní. Hace cientos de años atrás un elemento comúnmente utilizado en las ceremonias y ritos sagrados de adoración del pueblo Judío era el del aceite de oliva (G.E.E, Aceite), a través de este se realizaban unciones, de hecho con el transcurso de los años, reyes y profetas cumplieron cabalmente con este protocolo, para los días del Señor. Getsemaní sería uno de los lugares más reconocidos por la gran producción de este componente y también por ser uno de sus lugares predilectos del Salvador para compartir con sus devotos discípulos e impartirles instrucción. Las aceitunas producidas por aquellos viejos olivos eran extraídas desde su lugar de origen, para luego ser “prrensadas” y lograr extraer de ese modo aquel tan preciado aceite, ¡Qué lugar tan emblemático y paradójico en sí mismo! Es allí donde nuestro Salvador fue oprimido y también “prensado” de donde en términos simbólicos y trágicos su sangre fue extraída, aquella preciada sangre a través de la cual nosotros mismos somos también ungidos para ser reyes en lo futuro. Su sangre que tiño de rojo aquellos históricos y memorables olivos ha sido y es aún un símbolo de esperanza para todos quienes vengan a Él y puedan también contemplar al perdón como el sagrado producto de la expiación.
Este es uno de los dos sentidos del sacrificio de Cristo, aquel en el que en términos muy reales, pero incomprensibles a la vez, en soledad su sangre brotó de cada poro en el Getsemaní. Una lucha personal pero de beneficios genéricos e incalculables.
Hace muy pocos días atrás, aludes devastadores arrasaron con gran parte del norte de Chile. Sin lugar a dudas, muchas han sido las tragedias, los noticieros han hecho eco de los muchos dramas y desafíos que azotan aquella región. Sin embargo, muy particularmente ha tocado mi corazón el relato de una madre cuya familia se ha desintegrado, al menos esto en parte, su descripción de los sucesos aunque un tanto confusa es terminantemente clara en el hecho de que a poco de haber sido arrastrada por potentes corrientes de agua, se haya enterado del fallecimiento de uno de sus dos hijos. El padre de ambos en un intento desesperado por rescatarles, teniendo al más pequeño de tan solo dos meses de vida aferrado fuertemente a uno de sus brazos y al otro de cuatro años de edad sostenido desde su otra extremidad, no logró soportar la presión, la fuerza del agua doblegó y quebró su brazo, precisamente aquel que sostenía a su hijo mayor, la corriente le separó de él. Para el momento de su reencuentro, el pequeño yacía sin vida.
Este es el segundo sentido por el que transita el sacrificio de nuestro Salvador, me refiero al padecimiento que pudo haber experimentado nuestro amoroso Padre Celestial, aquel que en términos muy reales se vio forzado a soltar del brazo a su hijo mayor, aquel que nunca dijo ni hizo nada malo. Todo esto con la finalidad de mantenernos a nosotros, el resto de sus hijos a salvo, aferrados fuertemente de su brazo ¿Podemos imaginar el dolor, la impotencia, la desesperación y las lágrimas de un padre amoroso que ve a su hijo distanciarse solo camino a la muerte?
Sin lugar a dudas, el Padre y el Hijo han pagado ya el costo de nuestra salvación, por supuesto esta siempre condicionada a nuestra lealtad y fidelidad, este ha sido en parte el precio del don de la redención.
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