Una viuda mormona entre casados: sintiéndose completa y apoyada

marzo 31, 2014 • Acerca de los mormones, Los Mormones, mormonismo • Views: 4964

Uno de los maravillosos beneficios de ser parte de un barrio (congregación) en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (la «Iglesia Mormona») es que usted tiene «familia» incluso cuando su verdadera familia puede estar muy lejos. Tal fue el caso cuando me quedé viuda a la edad de 27.  Mis tres hijos tenían 4 meses, 2 años y 4 años de edad.

maternidad-mormona-temploNo mucho tiempo después de la muerte de mi esposo, decidí mudarme a otra ciudad. Mientras estaba de rodillas en oración, una mañana, tuve una impresión distinta, como una voz en mi cabeza que simplemente dijo: «Quédate aquí». Estaba sorprendida por la amonestación, porque no era una opción que quería considerar. Pero ¡oh cuantas veces en los años siguientes coseché las bendiciones de escuchar esa indicación de quedarme!

Mi mayor deseo para mis hijos, como para mí, era estar involucrada con otras familias del barrio. Éramos una unidad familiar y nos sentíamos parte de la familia del barrio mientras asistíamos a todos los eventos del calendario. En ese momento yo no tenía ganas de encontrar mi propia realización en actividades para solteros. Yo estaba perpleja de la actitud de una viuda un poco mayor que yo que un día me dijo: «Yo nunca he sido invitada a ningún evento». Yo podría haber contestado: «Yo tampoco. Simplemente fui». Es un mérito para mi barrio que nunca me vi a mí misma como una extraña.

Ángeles entre nosotros

El apoyo que necesitaba vino de muchas maneras.  En primer lugar, nos asignaron dos «maestros orientadores» que nos visitaban por lo menos una vez al mes y siempre dejaban un mensaje espiritual. Yo sabía que podía llamarlos cuando teníamos una necesidad, ya sea una bendición del sacerdocio para sanar una enfermedad o algo tan mundano como arreglar un grifo que gotea. La mano del Señor se hizo evidente en la selección de estos hombres. Ellos realmente se preocupaban por nosotros y nos fortalecían en sus visitas.

En segundo lugar, también recibía dos «maestras visitantes» en mi casa cada mes. El programa de maestras visitantes es parte de la organización auxiliar de mujeres de la Iglesia, llamada la Sociedad de Socorro, quizás la organización más grande y antigua de mujeres en el mundo. Mis maestras visitantes se convirtieron en verdaderas amigas y confidentes.

obispo-mormónEn tercer lugar, tenía un obispo que se interesaba (el líder laico de la congregación), que velaba por su rebaño del barrio con verdadero amor y preocupación. Cada Navidad él se encargaba de supervisar la entrega de cajas de regalo de alimentos a las viudas. Yo rara vez pensaba en mí como una viuda, supongo, porque la palabra «viuda» tiene la connotación de ser anciana. Estaba muy relacionada con una charla que dio el élder Dallin H. Oaks, un apóstol, cuando habló de su crianza después de la muerte de su padre.

Recuerdo una experiencia que refleja el efecto de sus enseñanzas. Cierto año, justo antes de la Navidad, nuestro obispo me pidió, siendo yo diácono, que le ayudara a entregar unas cestas de Navidad a las viudas del barrio. Llevé una cesta a cada puerta con los saludos de él. Cuando regresábamos a casa en su auto, observé que aún quedaba una cesta. Me la entregó y me dijo que era para mi madre. Mientras él se alejaba, yo me quedé de pie bajo la nieve, preguntándome por qué le daba una cesta a mi madre. Ella nunca hablaba de sí como una viuda, ni a mí se me había ocurrido que lo fuera. Para aquel muchachito de 12 años, no lo era. Ella tenía un esposo y nosotros teníamos un padre; él sólo estaba ausente por algún tiempo. (Dallin H. Oaks, «La autoridad del sacerdocio en la familia y en la Iglesia«, Liahona, noviembre de 2005, página 24).

En cuarto lugar, y más importante, fue el apoyo de un Padre Celestial amoroso, sin Él hubiera perdido la esperanza desde el principio.

Cuerda salvavidas

Una cuerda salvavidas que el Señor me dio era el primo de mi esposo, Morris, y su esposa, Reva, que vivían sólo al cruzar la manzana. Mis hijos los adoptaron como «tío» y «tía», y su cariñoso apoyo ayudó a cada uno de nosotros a lo largo de los años siguientes. Cuando cada uno de mis hijos entraron a los Niños Exploradores y necesitaban coches de madera, Morris y su hijo, David, les enseñaron a hacer carros competitivos. Debo las experiencias de mochileros de mis hijos a Morris, quien los incluían en cada caminata. Las tres hijas de Morris y Reva acogieron a mi hija bajo sus alas como si fuera su hermana pequeña.

El baile

Cada año nuestro barrio planeaba un baile de San Valentín para los adultos. Yo estaba en la planificación de este evento, y esperaba una agradable velada en calidad de observadora. Tengo varios talentos, pero el baile no es uno de ellos. De hecho, tengo una historia de «horror» de mis días de universitaria. Fui a un baile con un compañero de estudios. En el baile me presentó a sus amigos, los gemelos Zimmerman, un muchacho y una señorita. Ellos eran estudiantes en la Universidad Brigham Young, pero también compartían la distinción de haber bailado varias veces en el show The Lawrence Welk. Los dos jóvenes decidieron que deberíamos compartir bailes, emparejándome así con el joven Zimmerman. Fui invadida inmediatamente con ansiedad hasta el punto de que no podía hacer mucho más que tropezar con sus pies. Él seguía diciendo, «Relájate» y yo seguía sin relajarme. Fue un momento feliz para los dos cuando la música terminó.

grupo-solteros-mormonesYo no quería que ningún esposo se sintiera obligado a bailar con la «pobre viuda». En consecuencia, decidí que iba a encontrar una manera de disfrutar el evento del barrio de San Valentín sin tener que bailar. Tenía un vecino en el barrio que era un cirujano ortopédico. A través de los años, había tratado a mis dos hijos de aflicciones relacionadas con los deportes menores. Me acerqué a él y le expliqué la situación y le pregunté si podría envolver mi pierna con vendaje elástico y prestarme un par de muletas, lo cual hizo. Era la solución perfecta. Fui al baile, y cuando me preguntaban lo que había pasado, respondía: «Nada, sólo pedí al Dr. Smoot que envolviera mi pierna, así no tendría que bailar». Habiendo escuchado esto, la persona entonces respondería: «Ja, ja, ahora dime lo que realmente sucedió». Fue una velada encantadora. Justo antes del último baile, me quité la venda elástica y bailé con alguien que nunca había bailado en televisión. Salió bastante bien.

Estos tres niños son ahora adultos con hijos propios. Han crecido fuertes en nuestra fe y son seguidores de Cristo. No sólo son el producto de mi cuidado y la enseñanza, sino también de la influencia positiva de los miembros fieles del barrio que enseñaron con el ejemplo y llenaron los vacíos cuando era necesario. Y ante todo, le debo cualquier éxito a mi Padre Celestial que me levantó y me llevó a través de los momentos de angustia y desafío.

Este artículo fue escrito por

Gloria Pratt

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