«Tanto por el estudio como por la fe»

mayo 6, 2015 • Creencias básicas mormonas, fe y esperanza, Reflexiones sobre Jesucristo • Views: 7229

“Y por cuanto no todos tienen fe, buscad diligentemente y enseñaos el uno al otro palabras de sabiduría; sí, buscad palabras de sabiduría de los mejores libros; buscad conocimiento, tanto por el estudio como por la fe.” -DyC 88:118

No todos tiene fe

Hablando de la fe el profeta Alma dijo que «Si tenéis fe, tenéis esperanza en cosas que no se ven, y que son verdaderas» (Alma 32:21). En nuestro querido español, la palabra «esperanza» (ocupada en éste contexto) comúnmente podría ser mal interpretada. Siendo del mismo origen de la palabra “esperar”, se consideraría una actitud pasiva. Pablo nos dice que “la fe [es] la certeza de lo que se espera”. Podemos entender que la fe no es una esperanza del tipo “ojalá que..” o de sentarse de brazos cruzados a ver que algo ocurra, sino, por el contrario es “la convicción de lo que no se ve” (Heb. 11:1) por lo que llegamos a saber firmemente que lo que esperamos llegará. Para el que tiene verdadera fe no es una posibilidad, sino una seguridad.

La fe es un principio de acción que es hecha manifiesta por medio de las obras (Stgo. 2:17-26). La fe es el actuar sobre la base de lo que se espera, no simplemente una creencia, es una seguridad. La creencia es anterior a la fe. Podría explicarlo de la siguiente manera:

CREENCIA + OBRAS = FE

Cuando se habla en las Escrituras que por la fe se pueden realizar grandes milagros y prodigios, éstos no se realizan por una mera creencia o posibilidad. Para su realización es necesaria la puesta en acción de los principios del Evangelio. El entender el verdadero significado del principio de la fe es clave para entender el pasaje de DyC 88:118.

Buscar diligentemente

En la segunda oración del versículo, no es casualidad que el verbo “buscar” esté antes de el verbo “enseñar”. La escritura es aplicable a cada persona, pero además, son instrucciones específicas para quién enseñe, para el maestro del Evangelio en cualquiera de sus formas.

En DyC 11:21 el Señor advierte: “No intentes declarar mi palabra, sino primero procura obtenerla”. A lo que el Salvador llama en éste versículo “mi palabra” en otro lo llama “palabra de sabiduría”. Sabiduría es “el don de Dios de saber juzgar correctamente” (GEE, pág. 180), por lo que nos enseña a juzgar nuestra manera de comportarnos, de guardar los mandamientos, los requisitos de la salvación y las cosas que son agradables a los ojos de Dios. Debido a la importancia del mensaje el maestro debe imperativamente conocer primero la palabra de Dios (los principios y ordenanzas del evangelio) para luego enseñarlos, con los cuales debió haber actuado al “buscar” y luego “enseñar”.

En esta revelación el Salvador también nos indica la fuente a la cual buscar Su Palabra: “buscad palabras de sabiduría de los mejores libros”. Juan el Revelador nos dice “Y vi a los muertos, …, de pie ante Dios, y los libros fueron abiertos y otros libro fue abierto el cual es el libro de la vida. Y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras” (Apoc. 20:12). En el día del juicio seremos juzgados por las cosas que se han escrito, los registros de nuestras obras y “los mejores libros”. Estos libros nos declaran las palabras de sabiduría, o sea, la manera correcta de juzgar para obrar con justicia. Dios no desea que acumulemos conocimientos como quien guarda joyas y objetos preciosos en un cofre y sacarlas solo para mostrar que las tenemos, eso no es más que evidencia del orgullo. Muy por el contrario, Él desea que apliquemos nuestra fe en cuanto a la palabra de sabiduría que hemos recibido y esta fe nos llevará a obrar correctamente y, cuando se abran los libros en aquel día, no será en nuestra contra ya que lo hemos aprendido por el estudio lo habremos “aplica[do] a nosotros mismos para nuestro provecho e instrucción” (1 Ne.19:23).

Creo que la última frase del versículo al que me he referido es muy importante y creo que muchas veces se mal entiende también. Se ha dicho que cuando el Señor nos manda a “buscar conocimiento, tanto por el estudio como por la fe” se refiere a que debemos obtener conocimiento secular y espiritual en cuanto a la religión ya que el mismo joven Jesús creció “en sabiduría… y en gracia para con Dios y los hombres” (Lucas 2:52). El principio es correcto, tenemos que buscar conocimiento tanto de las Escrituras como de los mejores libros de ciencia, medicina, economía, geografía, matemática e historia; eso es correcto, pero bajo lo que he logrado entender, esa frase apunta mucho más lejos, no solo de cuál será nuestro material de estudio o fuente de consulta, sino que se refiere más a una disposición y manera de acercarnos más a la Fuente de toda verdad y sabiduría, la cual es Dios.

1. El estudio

No es extraño que el estudio eficaz de las Escrituras, cuando se hace con verdadera intención, esté acompañado de variadas experiencias espirituales. La acción de estudiar dispone de fe, no solo en el sentido de saber que las Escrituras son la palabra revelada de Dios, sino que sea cual sea nuestro libro de estudio (siempre hablando de “los mejores libros”), tenemos la esperanza de saciar nuestra “hambre y sed de justicia” (Mateo 5:6) y esta esperanza nos impulsa a la acción del estudio. El estudio guiado por el Espíritu Santo es la mejor herramienta para conocer “la verdad de todas las cosas” (Moro. 10:5), “porque el que con diligencia busca, hallará, y se revelarán los misterios de Dios” (1 Ne. 10:19) y así recibir conocimiento espiritual.

2. La fe

Como ya la definimos anteriormente, no es solo una mera creencia, sino un principio de acción con la esperanza de -en este caso- obtener un conocimiento mayor-, ya que “el que quiere hacer la voluntad de [Dios], conocerá si la doctrina es de Dios” (Juan 7:17), “porque por fe andamos, no por vista” (2 Cor. 5:7). Después de haber aplicado la fe llegamos a tener un conocimiento de las cosas.

Me he dado cuenta que hay tres manera de aprender: (1) Aprender de los errores de los demás. (2) Aprender de los errores propios. (3) Aprender por obediencia (es decir, por fe).

Los explicaré ahora, para eso pondré el ejemplo de un mandamiento, el de no mentir:

1- Aprender de los errores de los demás.

Un amigo mío miente, para encubrir la mentira debe recurrir a otra serie de mentiras que le traen más problemas, no tiene la conciencia tranquila y debe estar escondiéndose de algunas personas para que no lo descubran. Al fin se sabe la verdad, queda en vergüenza y como mentiroso y tiene la obligación moral de restituir el daño de aquella mentira, de las siguientes, además de tratar de limpiar su reputación. Yo veo la situación y las consecuencias que trajo a mi amigo y decido no mentir para no pasar por lo que pasó mi amigo.

2- Aprender de los errores propios.

Esta vez yo miento, para encubrir mi mentira debo recurrir a otra serie de mentiras que me traen más problemas, no tengo la conciencia tranquila y debo estar escondiéndome de algunas personas para que no me descubran. Al fin se sabe la verdad, quedo en vergüenza y como mentiroso y tengo la obligación moral de restituir el daño de aquella mentira, de las siguientes, además de tratar de limpiar mi reputación. Veo la situación en que me encuentro y las consecuencias que me trajo y decido no mentir nunca más para no tener que pasar, otra vez, por lo que pasé.

3- Aprender por obediencia (o por fe)

Esta es la manera más virtuosa de aprender porque no trae sufrimiento a nadie. Al recibir la instrucción divina por medio de las Escrituras, de padres o de los maestros del evangelio, uno mismo hace convenio de hacer según la luz y conocimiento recibida, llegando a conocer el principio y las promesas que se dan a aquellos que lo vivan (aprender por el estudio y, al aplicar, aprender por la fe). De esa manera me comprometo yo ante Dios a no mentir. Llega el momento en que se me presenta una situación en la que soy tentado a mentir, pero, en virtud del convenio que he concertado entre Dios y yo, no quebranto dicho convenio y me mantengo integro. Luego recibo las bendiciones de tener una conciencia tranquila ante Dios y mi prójimo, gozo de buena reputación y de calidad moral para enseñar dicho principio ya que primero busqué y recibí, apliqué el principio por mi fe en que era verdadero y luego recibí un testimonio o conocimiento de que era verdadero, además de todas las bendiciones adicionales.

La necesidad del estudio y de la fe

“Es imposible que un hombre se salve en la ignorancia” (D.yC. 131:6) por lo cual es imperativo que la persona tenga la fe suficiente para que luego produzca conocimiento y obtenga la palabra de sabiduría, tanto por el estudio como por la fe, para que sea completo. Si un hombre no ha aprendido por el estudio (ya sea escuchar, leer o recibir esta información divina de alguna manera), es imposible que aprenda por la fe, no podrá aplicar algo que no ha aprendido. El aprender por el estudio y la fe es clave para la conversión, porque sin ambas no se puede obtener un testimonio

Es posible, también, que alguien aprenda por el estudio y no por la fe. Un ejemplo de esto es Nicodemo del Nuevo Testamento, un fariseo justo que fue de noche a consultarle a Jesús sobre sus enseñanzas, la historia que se encuentra en el capítulo 3 del Evangelio de Juan. En aquella entrevista el Señor le explicó sobre la necesidad de un Salvador y lo indispensable que es el bautismo. Nicodemo logró aprender por el estudio ¡siendo capacitado por Jesucristo mismo!, pero en ningún pasaje de las escrituras ni en la revelación moderna leemos que Nicodemo se haya bautizado. Él aprendió por el estudio pero, hasta donde sabemos, no aprendió por fe al ser bautizado. Podemos aprender por el estudio sin aprender por la fe, pero hasta ese punto, es incompleto para nuestro progreso eterno.

También hay ejemplos sobre el aprender por fe y uno de ellos fue nuestro padre Adán. Luego de ser expulsado del Jardín de Eden junto a su esposa, Eva, el Señor «le dio mandamientos de que adorasen al Señor su Dios y ofreciesen las primicias de sus rebaños como ofrendas al Señor. Y Adán fue obediente a los mandamientos del Señor» (Moisés 5:5).

Aunque sin conocer mayormente el propósito ni la razón de este mandamiento específico, Adán guardó el mandamiento de ofrecer sacrificios al Señor sin hacer mayores consultas, por lo que sabemos de las Escrituras. Pero sabemos que la obediencia conduce al conocimiento de la doctrina sobre la ley en que se basa el mandamiento, por lo «después de muchos días, un ángel del Señor se apareció a Adán y le dijo: ¿Por qué ofreces sacrificios al Señor? Y Adán le contestó: No sé, sino que el Señor me lo mandó.»

«Entonces el ángel la habló, diciendo: Esto es una semejanza del sacrificio del Unigénito del Padre, el cual es lleno de gracia y de verdad» (Moisés 5:6). Y no fue solo el ángel, sino que también «ese día descendió sobre Adán el Espíritu Santo, que da testimonio del Padre y del Hijo» y le explicó la doctrina detrás de la práctica de los sacrificios. Y así Adán obtuvo conocimiento por su fe en obedecer un mandamiento recibido.

“Por cuanto no todos tienen fe” el Señor ha mandado a Sus siervos a enseñar y predicar a otros palabras de sabiduría (Su Evangelio restaurado), no sin antes haber obtenido este conocimiento “tanto por el estudio como por la fe”, de modo que puedan “predicar [Su] evangelio por el Espíritu” (DyC 50:14). Pero cada persona es responsable ante Dios de poner en practica los principio de rectitud para recibir la plenitud de las bendiciones. No podemos ser salvos sin aprender por medio de un diligente estudio y la aplicación de nuestra fe en el Salvador y su palabra.

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